miércoles, 17 de enero de 2018

"Holanda", de Rodrigo Peñalba

     Esta obra de Rodrigo Peñalba (1981) está compuesta de diversos textos breves que han sido hilados por una voz narrativa neurotizante, extrañada y por momentos irónica: bajo sus manos pasan los elementos habituales de nuestra cultura de mercado para ser vapuleados: el consumismo, la glotonería burguesa, el cool capitalism, la dismorfofobia de la ciudad y sus masas... zarpazos se sienten latir entre las líneas de los breves textos de Peñalba. Esto es lo más destacable del libro, y es la búsqueda que yo identifico, su intento de descolocación.
     Desafortunadamente, las buenas intenciones de Peñalba son acompañadas de un trabajo técnico abismalmente pedestre, yo diría casi pre-estético. Un niño, aparentemente islandés, va con su padre a conocer un glaciar, y... de pronto "su enfermedad es la nación"... y listo. Allí el trabajo. 
     Las ideas parecen abundar, pero escasea el trabajo estético que las presente como arte, o siquiera como algo distinto de... ideas. El libro es del 2006, así que asumo que Peñalba estaría en ese momento en el proceso de pulir los rudimentos literarios. Si no fuere el caso, este podría uno de los peores libros debutantes que he leído. Tampoco ayudó lo mal cuidada que está la edición.
     Veo en el texto un escritor potencialmente interesante, aunque es evidente que sus objetivos críticos y estéticos no se lograron. Sin sonar a observación de libreta de colegio secundario, espero leer nuevos trabajos de Peñalba.

viernes, 12 de enero de 2018

"Un rojo aullido en el bosque", de José Adiak Montoya

     En esta nouvelle, Montoya reescribe el relato de Caperucita Roja y el Lobo. Aquí Caperucita será ahora una pobre niña de catorce años, semi urbana, semi rural, víctima de la modernidad; el bosque será la ciudad; el Lobo, un pederasta dueño de un exitoso prostíbulo; y el cazador, un escritor disfrazado de periodista. La merienda es, naturalmente, ron.
     El libro está escrito de forma un tanto dispareja, si se puede decir: en la primera parte asistimos a un texto dificultoso, por lo rancio y apenas poligonal; luego el texto se desenlaza un poco, y vemos el avance de Montoya dotado de mayor fluidez, aunque durante todo el texto permea una desidia técnica y una evidente lasitud creativa.
     La estructura del texto está dividida en dos voces: la de la niña, cuyas intervenciones están narradas en segunda persona; y las del periodista-escritor-cazador con algo de sobreviviente angustioso de la modernidad, escritas en forma de confesión o memoria. Ambas voces avanzan intercalándose en forma de siete bloques textuales, dándole a la nouvelle un movimiento temperamental -no estilístico, ya que esto requeriría otra potencia técnica- que oscila entre el texto escolar y el thriller psicológico, entre la novelita rosa y el clásico noir.
     En la primera parte, que identifico hasta la primera noche de la niña en la casa prostíbulo, noto las enormes dificultades de Montoya para establecer su texto en la leyenda: no supo extraerse de sus propias convencionalidades sobre el relato original para dedicarse al dominio de sus personajes, que quedan así reducidos a marionetas, entes que apenas alcanzan a ocupar un ángulo y despedir una bisectriz. No ayuda el pobrísimo arsenal poético desplegado por esta promesa de Centroamérica: en la obra de Montoya la tristeza explota y el alma está rota, las miradas se comen la tristeza y a las niñas les rompen la vida, las mujeres se ahogan en un "mar de amor", como buenos satélites de un supuesto hombre-sol. Así, estos textos de la primera parte, que parecen escritos por un bot, un drone o un help desk, nos traen al paladar un caramelo de calcio, mitad césar aira y bastante de josé mármol. Los personajes son planos y maniqueos, con excepción de Lina, la joven administradora del prostíbulo y a su vez antigua niña abusada por el Lobo.
     Una vez que Montoya abandona los esfínteres del tropo y la urgencia de ser poeta, y se dedica a narrar, la obra mejora mucho: la narración se hace más fluida, los cuadros se oxigenan, y es el personaje de Lina el que, aunque completamente predecible, la hace respirar. Es de subrayarse que Lina es un personaje por completo montoyano, no perraultiano; quizá por eso es que funciona, y es donde Montoya urde su mayor destreza.
     Lamentablemente la obra no pasa de ser un ejercicio profundamente kitsch, en el que Montoya no exhibe ninguna verdadera consciencia estética, sino que al revés:  de forma constante se nos marca textualmente la pretenciosidad de la hechura de la copia. En realidad ni siquiera se nos muestra la leyenda de Caperucita, ni sus moralejas; como anotaría Adorno, o algún amigo suyo, se nos muestra su proceso de copiado. Huelga decir que el reprimidísimo final feliz de Montoya aniquila toda última y posible esperanza de creación estética.
     Si en tu consultorio odontológico requieres llenar tu canasto de sala de espera, te recomiendo comprar este libro en el Huembes. No te costará casi nada, sólo necesitas haberlo escuchado en tu niñez para entenderlo y tus pacientes no sabrán que los has insultado, o no te lo harán saber mientras blandes tu taladro de ortodoncia y te haces algunos pesos.

jueves, 28 de enero de 2016

El reality show de "Postsandinismo", de Andrés Pérez-Baltodano

Si de verdad queremos saber cómo es un reality show literario, lo único que debemos lograr es, en el mejor de los casos, hacernos de unos cordobitas y comprar el libro Postsandinismo. Crónica de un diálogo intergeneracional e interpretación del pensamiento político de la Generación XXI,[1] de Andrés Pérez-Baltodano.

El libro en sí es una recopilación, curación y edición de un "debate" -o comentómetro, sería más exacto- generado por Pérez-Baltodano en el diario Confidencial; con su publicación Pérez-Baltodano (de ahora en más PB) buscaría "interpretar" el pensamiento político de lo que él llama "Generación XXI". Este libro es ejemplar para realizar una disección anatómica de cómo hacer de un texto una navaja suiza ideológica. Veamos el curioso resultado que aportó el trabajo de este verdadero maestro de ceremonias.

Postsandinismo y la banalidad del lenguaje

La idea de PB es la de que el postsandinismo
"hace referencia a una manera de pensar la realidad nicaragüense que trasciende el maniqueísmo y la superficialidad que han dominado nuestra práctica política... (pp. 16 y ss.)
 se plantea como un proyecto educativo para la construcción de una cultura y un pensamiento político generacional que se apoya en planteamientos éticos, analíticos, y propositivos; un proyecto educativo con una perspectiva moderna y modernizante de la política nicaragüense...
un proyecto educativo orientado a alcanzar un mayor nivel de seriedad y autenticidad en nuestra vida política nacional...
La búsqueda de la autenticidad significa que todos debemos ser más auténticamente de derecha, más auténticamente de izquierda, más auténticamente feministas o anti-feministas, o más auténticamente conservadores o liberales. La búsqueda de la autenticidad significa abandonar esa insoportable levedad del ser social y político de los nicaragüenses. Dejar de ser nicaragüenses "light" para asumir nuestras responsabilidades individuales y sociales con seriedad..." 
 Lo primero que hay que destacar del pensamiento de PB es la enorme banalidad y la enorme carencia de rigurosidad teórica a la hora de expresarse. Frases como "la búsqueda de la autenticidad" o "alcanzar un mayor nivel de seriedad" quizá sirvan para el departamento de ciencia política de la Universidad de Western (Canadá), pero no pueden servir para un debate político serio -y menos el que necesita Nicaragua- debido a que, literalmente, no significan nada; son incapaces de movilizar un núcleo semántico sobre el cual armar un pensamiento; en rigor, no contienen nada. ¿"Mayor nivel de seriedad"? ¿"Búsqueda de la autenticidad"? Por otro lado, paradójicamente, si lo que uno quiere es sabotear y torpedear cualquier intento serio por "la transformación de las estructuras de poder -materiales y subjetivas- dentro de las que opera la política en Nicaragua", lo primero que hay que hacer es expresarse en el lenguaje más vago, ambiguo e incontestable posible.

Es asombroso (repito: increíblemente asombroso) cómo un pensador de la talla de PB puede admitirse el expresarse en estos términos tan banales y tan propios de un librillo de autoayuda o de un cuadernillo de total management. ¿Un nicaragüense light? ¿Esto es lo que producen los "científicos sociales" nicaragüenses: un nicaragüense light? ¡Temblad, nicaragüenses heavy, porque el reino de los nicaragüenses mentol está a punto de llegar!

Pero no es tan asombroso si tomamos en cuenta cómo se autodefine PB: "materialista, humanista y cristiano"; ¿y cuál es el materialismo de PB?: es "una visión de la realidad social como una condición determinada por el drama existencial de la persona humana, en sus expresiones vitales -objetivas y trascendentes- más básicas y concretas" (pp. 343). Como ya se entenderá, "drama existencial" y "expresiones vitales" son dos de las expresiones más materialistas que pueden existir en el idealismo ideal de PB.

El abigeato político de PB y su "postsandinismo"

¿Cómo puede ser que un intelectual de tanta formación como PB sea tan ignorante de la función de la política? Veamos cuál es la perspectiva de un joven que posea un pensamiento "postsandinista":
"sería una juventud abocada a la tarea de integrarnos en un sueño y en un conjunto de aspiraciones colectivas, para asegurarnos nuestra sobrevivencia y nuestro desarrollo como una verdadera sociedad nacional". (el énfasis es mío)
Esto es algo que perfectamente podría yo introducir en mi próximo discurso por la diputadura de Rivas; mi campaing manager me hará ver como un ser inteligente y locuaz.

En el mismo párrafo se nos dice que este joven "podría ser liberal, conservador, socialista, social cristiana, o cualquier cosa", reuniendo con esto a todas las vaquitas del prado. ¡Cualquier cosa! Da lo mismo, señor, señora, si usted es fanática de los Dantos o de los Indios del Bóer: lo importante es que se presente en el estadio.

La ignorancia de PB es calculada, como es obvio: toda su plataforma pasa por instrumentalizar sus conceptos en el rango de un ecosistema capitalista y liberal, productores de un sujeto que obviamente bucea oculto en su libro. La preocupación de PB no es "el sujeto", o "el nica", sino el sujeto liberal, esto es, el sujeto incapaz de escapar de su universo de mera opinología, alguien en cuyo imperio mandan los apetitos.

Porque sólo así pueden realmente coexistir conservadores auténticos y comunistas auténticos: reduciendo su autenticidad a mera opinología, a casi un intercambio kiosquero. Así, cuando PB expone que sólo una juventud postsandinista "podría proponer diferentes maneras de balancear la justicia social(!) y la libertad en el modelo de organización social que escojamos para nuestro país" (el énfasis es mío), realmente está tratándonos de estúpidos. ¿Verdaderamente piensa PB que nosotros "escogimos" el capitalismo? ¿En realidad cree que existe algo llamado "justicia social" que es balanceable? ¿Exactamente qué tipo de naturaleza deliciosa piensa PB que posee el mercado?

El conservador PB

Pocas cosas más conservadoras y menos modernas y/o modernizantes que ese llamamiento inmunodeprimido de PB al nacionalismo. En resumen, su llamado a la juventud es el de ser "mejores nicas", lo que sea que eso quiera decir. Algunos de los jóvenes involucrados en las intervenciones del debate -como "Emila" (sin relación con Persola, o sí)- incluso, siguiendo su consejo, toman la nicaragüanísima costumbre de utilizar términos de sociedades foráneas como "generación Y o Z" para referirse a Nicaragua, -quizá aplicándoselos a sí mismos, toda vez que tuvieron MTV-.[2]

El giro nacionalista del discurso "postsandinista" de PB es sintomático del enorme vacío teórico e ideológico que cunde su iniciativa. No muy lejos ya, podemos recordar al General Sandino apelar en sus proclamas a favor de la "familia nicaragüense", lo cual se entiende desde la producción teórica de Sandino, que es fruto de sus circunstancias históricas así como de su extracción social. En un profesional como PB, sólo podemos entender este giro como el de la clásica maniobra conservadora (aunque "conservador" no es un término muy feliz entre la intelligentsia nicaragüense) en pro del mantenimiento de cierto statu quo. Ningún profesional de la política que se aprecie como tal puede seriamente proponer la treta nacionalista como fuente de un "nuevo pensamiento".

El antídoto contra la inteligencia

Por último (en realidad podríamos seguir), no hay nada mejor para acabar con un ataque de inteligencia que someter las ideas al reality show del pseudodebate y disfrazar esto de producción teórica utilizando un blog nicaragüense. Como bien anotó uno de los comentaristas de Generación XXI, es bajo el porcentaje del total de nicaragüenses que navegan por internet, y más bajo todavía el  total de personas que podría estar interesado en participar de este "evento".

Lo cual nos lleva a concluir que es falsa la pretensión de querer eliminar al "nicaragüense light", o hacer cundir una especie de nuevo Iluminismo a lo nica. Básicamente son los nicaragüenses light -como Emila- los que patrullan ese tipo de blogs, no los adolescentes campesinos matagalpinos ni los jóvenes vendedores del Huembes. Ya la forma en que está encuadrado ideológicamente el lenguaje nos da la pauta de cómo está flechada la cancha. Por lo tanto, ¿qué tipo de debate y de qué calidad es el obtenido, si sus más inmediatos interesados -y sin lugar a dudas, los más preparados- están ausentes?

El formato del pseudodebate, entonces, está más diseñado para que los nicaragüenses light puedan llevar a cabo su terapia: piden a gritos "matar al padre", definir nuevas verdades, y se autofelicitan por lo "motivante" que es que exista un "espacio" donde se pueda "debatir" así. Por suerte, como todo episodio de Real World de MTV, podemos asistir a sus vaivenes, choques, giros idiomáticos, saliditas ingeniosas y, en su conjunto, un resumen de ideas políticamente mediocres;[3] están allí, en el blog, aunque a veces cueste un poco verlos en la calle. Por lo menos están en el blog. Sobre todo. Porque, desde el punto de vista político, no hay nada más light que opinar -ésa es la palabra correcta, no "debatir"- desde un blog.

No tengo dudas de que PB es un gran politólogo. Es una lástima que de política sepa muy poco. 
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[1] Managua, IHNCA-UCA, 2013. 510 pps.

[2] Al parecer, para este tipo de personas tiene mayor importancia social la aparición de MTV y Pokemon que, por ejemplo, una guerra civil o una revolución armada. Sería interesante saber cuáles serían los baby boomers nicas, de acuerdo a Emila.

[3] Gente que proclama que el cambio político debe de provenir... ¡de las universidades! Porque allí "se produce el pensamiento". Con esta juventud "postsandinista" es que podemos tomar el pulso a la colonización ideológica de la que es pasiva la sociedad nicaragüense.

martes, 26 de enero de 2016

Un hooligan. Notas sobre "Alrededor de la medianoche", de Roberto Carlos Pérez[1]

El pretexto de este libro es el de una especie de rescate histórico sobre personajes extraordinarios que "pasan inadvertidos" en el gran libro de la historia, los cuales "comprenderíamos que cambiaron para siempre el curso de un país o acaso de la humanidad", si les brindásemos particular atención. En esos términos nos introduce el autor su libro.

Compuesto por ocho relatos,[2] el libro presenta una elaboración muy dispareja donde, con excepción de los dos textos más logrados -que, a mi parecer, son "La torre de Dios" y "El callejón de los tormentos"-, reina un clima de saqueo ideológico, embustes intelectuales y algo de fruslería técnica. El libro es básicamente ejemplar en ello, y posee valor su análisis en tanto observación de cómo están los nuevos escritores nicas moviendo sus fichas en el tablero. Y ya que interrogar la historia tampoco es moco de pavo, vamos a ingresar en sus conventos para escuchar su canto.

Saqueo ideológico

Desde la idealización paralizante de Diría en "El aperreamiento" -donde Diriá es primero secuestrado por un pensamiento curiosamente liberal, y luego obligado titiritescamente a morir en un giro barato muy a lo Braveheart-, pasando por el Darío-carroña de "Alrededor de la medianoche" hasta el aséptico baño estadounidense de "La visita del abuelo", participamos de una burda fetichización del sentido histórico, donde los personajes supuestamente historizados, lejos de ser rescatados por el padrino que viene a salvarlos arrojando luz sobre sus incógnitas existencias, son depredados por el escritor, enredándolos en su crisol ideológico, no se sabe si por torpeza artística o por torpeza política.

Así, de pronto Diriá piensa en términos de "derechos", y se nos dice que una de sus mayores desazones será la de "que no podría contar su historia, la historia de su pueblo", una desazón, si se me permite mi ignorancia, típica de un escritor. En textos como "Francisco el Guerrillero", "Ruinas" y particularmente "Alrededor de la medianoche" asistimos a otro tipo de saqueo ideológico: bajo la bandera del personaje histórico -y un comodísimo name-dropping-, asistimos a hechos que carecen de toda notabilidad, o si la tienen es por su dependencia del hombre en sí, no del ser histórico; el narrador nos propone, como en "Alrededor...", que sigamos a Alfonso Cortés -y su lucidísima locura- por ser Alfonso Cortés, no por ser loco (una locura bastante A-Beautiful-Minded, por cierto).[3] Si el libro no fuese un intento por interrogar la historia, como declara enfáticamente el autor, podríamos comprender estas fruslerías; como sí lo es, tanto por intención como por declaración y factura, debemos concluir que el narrador realmente no ha entendido ni la historia, ni la literatura. 

Embustes intelectuales

Lamentablemente, Pérez es de esos autores que se enardece con la proposición de que la literatura no debe mezclarse con otros cometidos o empresas, como no sean los estrictamente estéticos.[4] Ni la política ni la ideología, elementos pirógenos de por sí, deben invadir y encenagar estos bellos estanques.

Como al pasar, se nos menciona la batalla de la hacienda San Jacinto, "en donde la mala suerte dejó a la guarnición sin municiones, obligándola a defenderse con piedras y palos por varias horas" (qué mala suerte). Se nos deja caer esa pepita de oro, en la cual un niño "para bien o para mal, sería conocido como el general de hombres libres, Augusto César Sandino". Y en "La visita del abuelo" asistimos a la patética presentación de guerras, mutilaciones y conflictos que le ocurren a ellos, a un Ellos que existe como bandos ideológicos externos y que se desenvuelven sin mediación alguna por parte del narrador-protagonista, cuya única cuota de relacionamiento pasa por la anatematización del Servicio Militar Patriótico (SMP) y el lamento por el salvajismo que representa el adoctrinamiento ideológico impuesto por el gobierno revolucionario.

Es como si la historia real de Nicaragua no hubiese pasado más que por la puerta de su casa, y haya solamente entrado en ella tras un par de punteos. Si la conscripción compulsiva no hubiese tocado la bastante patriarcal[5] familia del narrador-protagonista, o si el vil sistema lavador de cerebros no hubiese impuesto Los Carlitos como libro de base en las escuelas a las que el protagonista asistió, básicamente no tendríamos este texto interrogador de la historia.

Ahora bien, ¿dónde está el embuste? ¿Cuál es la estafa?

La estafa de Pérez no está en no ser pro-Sandino o en ser "mal patriota" (lo que sea que eso quiera decir), sino en negar la mera estabilidad, las condiciones básicas que hacen posible que Sandino sea, como realmente lo es, un agente histórico de relevancia capital, esto es, que sea cuestionable.[6] Lo mismo ocurre con el uso del dicho para arremeter contra el SMP: la estafa no es que se ataque el SMP -cosa perfectamente atacable-, sino que se rebaje a la categoría de "dicho" el hecho de que la Contra desestabilizase la revolución con armas provenientes de los Estados Unidos.

Entonces, negar las condiciones básicas, la plataforma sobre la cual un agente histórico ha funcionado como tal no es elevar "inadvertidos personajes extraordinarios" (no existe uno solo en todo el libro), ni tampoco representa una interrogación a la historia (o Historia, si lo prefiere González Blandino, uno de los prologadores), sino su borramiento, su desfalco.

Para matar a los héroes, primero hay que reconocerlos como tales. Partimos de la base de que, le duela a quien le duela, la función del general Augusto C. Sandino como agente histórico, como functor sígnico inclusive, ha sido incontestable (y para ello sólo nos basta atisbar desde cualquier punto de Managua su silueta enhiesta sobre Tiscapa).[7] Y así como no se puede discrepar con alguien sin tener por lo menos algo en común acuerdo, no podemos participar de la supuesta interrogación histórica del libro de Pérez cuando no compartimos el más básico terreno en común; cuando el hecho de que la Contra haya sido financiada por los Estados Unidos es apenas algo parecido a un chisme, algo que apenas valdría como el cotilleo de un peinador de señoras.

¿Torpeza artística o misil teledirigido?

Los logros de un texto como "El callejón de los tormentos" nos sugiere pensar que Pérez posee la destreza artística como para dar más; esto entonces implicaría que sus saqueos ideológicos y sus embustes intelectuales serían un producto de su meditación y su trabajo en taller, si es que hubo alguno.

Por otro lado, la enorme torpeza artística demostrada en un texto como "Francisco el Guerrillero", donde de entrada se nos convida la ya harto abusada triquiñuela borgiana[8] de un texto misterioso en una enciclopedia autoritaria -que luego es mágicamente comprado en algún puesto de una feria perdida de pueblo-; y además concurrimos a una finta de pseudorrealismo mágico (la telepatía, for real?); y vemos aparecer a la Historia por un simple name-dropping (Augusto C. Sandino): todo esto nos lleva a pensar que en realidad estamos frente a nada más que eso: una torpeza artística. No ayudaría a un esteticista el gesto de machacar constantemente la bandera ideológica en un texto que, por otro lado, podía haber sido pasionalmente muy prometedor, como "La casa de la calle Cervantes" o "La visita del abuelo".

Tengo la esperanza de que textos artísticamente relevantes pueden ser producidos por Pérez. No lo serán mientras el autor no abandone la fruslería técnica[9] y la estafa intelectual; y mientras bajo el manto del escritor hipócrita pseudoesteticista continúe blandiendo su apretada agenda política.

No nos molesta el texto político; lo celebramos. Tampoco el texto esteticista nos perturba. Ni nos escandaliza que la cancha esté flechada (en cultura, toda cancha es una flecha): nos molesta el hipócrita y el estafador; la cancha anunciada como neutral, cuando en realidad está llena de hooligans locales.

Ojalá y juguemos.

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[1] Alrededor de la medianoche y otros relatos de vértigo en la historia. Managua, Leteo Ediciones, 2012. Roberto Carlos Pérez (Granada, 1976) es un músico, narrador y ensayista nicaragüense. Estudió la trompeta en la Duke Ellington School of the Performing Arts, y se licenció en música clásica por Howard University, en Washington, D. C., EE.UU. Cursó una maestría en literatura latinoamericana en la Universidad de Maryland. Vive en Estados Unidos desde los once años.

[2] Son: "El aperreamiento", "Francisco el Guerrillero", "Ruinas", "Alrededor de la medianoche", "La torre de Dios", "El callejón de los tormentos", "La casa de la calle Cervantes" y "La visita del abuelo". Lamentablemente, el libro no se puede leer online.

[3] La maniobra diegética del texto "Alrededor de la medianoche" más o menos equivaldría, por su intrascendencia, a que demandáremos atención histórica a nuestra narración sobre un episodio defecatorio de Napoleón. Y, sin contar la típica fetichización del Darío-becerro-de-oro al cual estamos acostumbrados, si miramos el texto desde la trinchera literaria, la narración de la locura aparece bastante fofa, trillada y perpleja de lugares comunes, incapaz así de movilizar ni al más fanático y esquizoide de nuestros vellos.

[4] Que la estética reúna en su nicho pensamientos, tradiciones y funciones que están mucho más allá de sí mismas no es algo atendible para Pérez, supuestamente. Pero ésa es otra historia (no pun intended).

[5] Se nos da cuenta del lamentable suceso en el que "Una vez pasadas las primeras furias justicieras y mientras el mundo entero aplaudía la Cruzada Nacional de Alfabetización, mi padre perdió la fábrica de joyas que tanto trabajo le costó levantar". Aquí la víctima histórica no es la víctima anónima del fascismo somocismo o aquél desconocido masacrado por la Contra, sino un capitalista bonachón que, al parecer, levantó él solo una fábrica de joyas -ese indispensable utensilio humano que llevaríamos a una isla si quedásemos náufragos y que por suerte se produce fabrilmente-. O sea, para ser estrictamente zizekianos: la víctima de Pérez es el sujeto liberalista, no el sujeto.

[6] Hablar de Sandino en términos de "para bien o para mal" equivale, si seguimos con el ejemplo napoleónico, a hablar de Napoleón como "ése que según dice algún señor sería el espíritu del mundo a caballo, o el emperador".

[7] Y habría que recordarle a González Blandino, en alusión a su prólogo, que Sandino no es precisamente uno de esos "vencedores" que escribió la historia a su manipulación y antojo. Qué tan poco vencedor era Sandino puede compararse en Sandino, una biografía política, de Volker Wünderich. Por otro lado: para poder hacer "una revisión de todo", para poder derrocar los héroes de piedra o el agente histórico de turno, hay que estar de acuerdo en que ese agente histórico de turno realmente lo ha sido. ¿"Todos aquellos signos que caracterizan una cultura"?

[8] Si alguien realmente piensa que este truco es un gesto de que se ha entendido bien a Borges, o de que se le "lee ávida e inteligentemente", le sugeriría quizá permanecer en el gentil imperio de la trompeta y la flauta dulce.

[9] Está bien, lo concedo: habría que definir "fruslería técnica".

domingo, 24 de enero de 2016

"Cien años de movimiento social en Nicaragua", de Onofre Guevara López

Libro historiográfico, enunciado desde el lugar de uno de sus protagonistas: Onofre Guevara, zapatero y con una larga historia de actividad política, ya sea como sindicalista o como miembro del Partido Socialista Nicaragüense, además de editor y columnista de los diarios Barricada y El Nuevo Diario.

La obra de Onofre está dividida por períodos; desde la matriz discursiva del materialismo histórico, enarbola paso a paso una concisa historiografía de estos períodos, y va desgajando de ellos los hechos más relevantes -a su consideración- y que sirven de mojones al desarrollo histórico de los "movimientos sociales". Los movimientos sociales no están definidos en la obra; en todo caso, el discurso del libro está fuertemente enfocado en las organizaciones sindicales y la proyección que desde la lucha de clases impusieron en la existencia de la república.

Entre otras cosas muy destacadas, este libro viene a recordarnos (o descubrirnos) que:
  • el movimiento sindical nicaragüense apenas contará con unos cien (100) años de historia, siendo generosos; 
  • el desarrollo capitalista en pleno es apenas una ocurrencia que comienza ya entrados en el siglo XX -lo cual explica en gran medida la inexistencia de los movimientos sindicales correspondientes-; 
  • el pensamiento socialista cundió y se sistematizó recién en la década de los 30s, en el seno del Partido Trabajador Nicaragüense; anterior a esta sistematización, el liderazgo intelectual estaba dominado por las corrientes liberales (entre las cuales se movía el pensamiento de Augusto C. Sandino). Onofre Guevara expone brevemente el gesto infantil e idealista, casi irracional, de esta sistematización comunista del PTN, pero rescata su enorme utilidad como aglutinador intelectual que hizo avanzar la carrera ideológica a nivel sindical;
  • la influencia de la experiencia costarricense como formadora de cuadros marxistas no fue menor, una vez que los principales líderes del PTN se exiliaron en Costa Rica como respuesta a la represión somocista a finales de los 30s;
  • el pobre desempeño, y un poco a los barquinazos, del Partido Socialista Nicaragüense, en los años previos a la aparición del FSLN: esto incluye browderismo, colaboracionismo y básicamente un reformismo simplón del capitalismo nicaragüense.
También la obra de Onofre sirve para recordarnos algo aún más importante: qué silencio. Qué silencio histórico se ha posado sobre nosotros.

sábado, 23 de enero de 2016

"Sandino, una biografía política", de Volker Wünderich

Una obra que a los nicas nos ayuda a saldar esa deuda que tenemos, y que se llama: desconocemos a Sandino.

A través de ella, Wünderich traza la historia intelectual de Sandino, cuyos ejes son el liberalismo y la teosofía. Particularmente utiliza los registros históricos y archivísticos para indagar sobre la incapacidad (o negativa) de Sandino a articular la lucha del EDSN con las corrientes ideológicas revolucionarias más influyentes desde el extranjero: el socialismo, catapultado por la Revolución Rusa; y las ideas revolucionarias más fuertes de la Revolución Mexicana, en especial aquellas desgajadas en la reforma agraria.

La presentación de Sandino en este libro se nos opone a la imagen de Sandino apropiada por el proceso revolucionario sandinista: no hay duda que afortunadamente la figura histórica de Sandino pasó por un proceso de rescate, que lo extrajo del olvido al que se vio sepultado en los años posteriores a su asesinato (1934), pero este rescate es heroico, místico, además de funcionalmente político. No es un rescate histórico.

Se entiende que la apropiación de Sandino haya sido así: el FSLN revolucionario no era una organización académica, y sus objetivos no eran la edición de libros históricos. Cuando Sandino habla de la "familia nicaragüense", no está dialogando con el FSLN; cuando Sandino piensa en la causa liberal, y cuando arde sobre el espinoso sujeto democrático, no está conversando con las herencias de la revolución cubana, ni apela a una fracción socialdemócrata "revolucionaria", si es que estas dos palabras pueden yuxtaponerse en una oración.

Pero hoy las necesidades son otras. Los objetivos se permutan, se empobrecen o se perfeccionan. El libro, inicialmente editado en 1995, y en 2010 (edición que poseo), nos presenta la imagen incómoda, aunque más fidedigna de un Sandino que, paradójicamente, por estar más cerca de la mundanidad, más se agranda en su mística, en su rol histórico, en su función de ideologema total. 

Añadimos el texto de Wünderich a la multitud de los otros relatos: desde "El muchacho de Niquinohomo", de Sergio Ramírez, a los textos de Selser y Belausteguigoitia, y lo que podemos encontrar es que el redondeo de la figura histórica de Sandino (ese redondeo que va a incluir con Wünderich la miopía política para moverse entre los comunistas y la comunidad internacional; la mediocridad estratégica para presionar los botones correctos en Nicaragua al acercarse las cruciales "elecciones" de 1932; el mesianismo, el carácter religioso -no institucionalizado-, teosófico, y hasta la "querida" -como la salvadoreña Teresa Villatoro-), en vez de comentar o empobrecer los logros de Sandino, los enaltece.

Pero no es el Sandino de bronce el que se mejora. El bronce está roto. Sandino es devuelto a su rol de agente histórico y así, revolcado en este fango, es que continúa agigantado. Su capacidad de imponerse sobre las verdades incómodas de Volker Wünderich -o, mejor, de pararse sobre los hombros de éstas- y tocarnos como fuerza de cambio, esto es lo que permanece, lo que continúa como barro vivo.

jueves, 20 de junio de 2013

Canción de amor para los hombres

Este libro nica, que no es libro de ficción, pero que pesa en mi historia como trecenas de miles libros de ficciones Este libro que dice en el cuadradito de la contratapa que es "Literatura Nicaragüense-Testimonio Histórico". Este libro nica que dice la historia [o será la Historia] que no lo quiere querer.

Elijo este primer libro no fortuitamente, sino porque fue el primer libro que leí. Es decir, que de verdad leí. Yo había aprendido a leer entre los cuatro y cinco años, impulsado sobre todo por una sed de libros de ajedrez, juego que había aprendido bien temprano a los cuatro años, y para el que mostraba enormes aptitudes. O sea, que los primeros libros en mi arqueología de la lectura fueron libros de teoría de ajedrez, historia del ajedrez, revistas de problemas, y libros de las vidas de los grandes maestros [en particular, atesoro con excepcional cariño los recuerdos de leer la vida de uno de los más grandes -y mi favorito-, Tigran Petrosian].

Pero hasta los once años, si bien yo no era alérgico a los libros, y en mi casa casi siempre los había, mis lecturas se resumían en las comunes de todo chavalo de clase media: libros de aventuras o ciencia ficción vieja, como Emilio Salgari o Julio Verne, que en realidad eran las sobras babeadas de algún familiar de mayor estatura; libros de esas series de lectura industrial donde vos eras un adolescente que dibujaba y tenías que descubrir el acertijo [con solución al final del libro], o tenías que "hacer tu propia aventura", y donde tenías que elegir por el héroe alguna decisión que te llevaba hasta la página tal, donde te morías calcinado en tu cápsula al aproximarte a Mercurio, o matabas al tipo rudo del libro; libros [libretos] que contaban, resumían, adaptaban o representaban cualquier cosa de los hermanos Grimm; por supuesto, los libros obligados del colegio, como los de Rubén Darío; y el muy ocasional libro "serio" que podía caer en mis manos llevado por algún familiar, o dejado en el sillón, siendo el único que recuerdo uno de Augusto Monterroso, La oveja negra y otras fábulas. O sea, entendámonos: Nicaragua no era que digamos, Revolución y todo, el bastión cultural de América.

Ninguno de estos libros lo había elegido yo, ni los había leído de verdad. Y si te soy franco, los únicos que sospecho como positivos fueron los de ajedrez, porque qué característica positiva podemos esperar de la literatura industrial [corte a Cámara 2 para enfocar a aquellos idiotas que están a punto de argumentar que "por lo menos" sirven para generar el hábito de lectura en el niño] o de los libros leídos obligatoriamente en el colegio: nada, absolutamente nada.

Yo, cuando tenía once años, pintaba para ser un problemático adolescente pedorro, eso es lo que creo ahora, si les soy sincero. Cursaba 6to grado de escuela en el Colegio Centroamérica. En mi casa había un biblioteca importante, que tendría algo así como quinientos libros, o posiblemente más. Sin embargo, yo rara vez me aventuraba en ella.

Una noche nos visitó Omar Cabezas, y trajo un libro negro, gordo, un ladrillo gigante para un chavalo de escuela. Omar se tomó unos tragos, se montó en su Jeep Cherokee plateado, y desapareció. Y el libro quedó allí, boludeando entre sombras, hinchándose con la humedad de Carretera Sur.

Canción de amor para los hombres. Lo escribió Omar Cabezas, lo publicó en 1988, y es la continuación de La montaña es algo más que una inmensa estepa verde, libros estos dos que, en su conjunto, detallan en un lenguaje muy peculiar la experiencia de Omar Cabezas con el FSLN y que abarca, en una línea temporal histórica, desde el momento en que Omar es reclutado en 1968 por el FSLN hasta el triunfo de la Revolución, más un breve episodio de 1984, con el que Cabezas cierra la narración de esta épica.

Me aventuré en la biblioteca familiar, con la curiosidad de ver ese ladrillo negro. A diferencia de la mayoría de los nicas -supongo-, primero leí este libro, antes que La montaña..., que es el más conocido de Cabezas por ser el que ganó el Premio Casa de las Américas en 1982, y ayudado quizá -aventuro una hipótesis- porque en 1982 la Revolución todavía era el juguete nuevo en el mundo de la Guerra Fría, y el discurso de Omar en La montaña... era auténtico y hasta juvenil, épico, quijotesco; en cambio, en 1988, ya la Revolución no era "nueva", ni prometedora, y en el contexto internacional podríamos decir que la Revolución "ya estaba usada", y a eso sumamos, entre otras cosas más, que el discurso de Omar ya no era una novedad.

Me hice con el libro, lo examiné, y recuerdo que inicialmente dos cosas me llamaron la atención: al comienzo del libro traía un mapa de Nicaragua donde, entre otras cosas curiosas, podés ver el original departamento de Zelaya [hoy RAAN y RAAS]; y al final traía un "Glosario de términos y expresiones", donde te dice todo lo que vos, como chavalo de once años, ya sabés, o sea, que chunche es chunche y que idiay es idiay.

El libro que tengo yo -ese mismo ladrillo negro- fue editado por la Editorial Nueva Nicaragua; está dividido en 64 capítulos [escritos, según nos enteramos al final, "cuatro capítulos de 1982 a 1987, y sesenta capítulos del 5 de enero al 5 de febrero de 1988, en Xiloá] que suman 573 páginas; cada capítulo está precedido por un extracto o fragmento significativo que sirve a las funciones de epígrafe, así, el primer capítulo tiene este epígrafe:
Yo tengo como quince o dieciséis años cuando de repente apareció Sandino, muy de mañana, en pleno sol, pintado en la pared frente a mi casa: VIVA SANDINO.

Yo no sé lo que vos pensás de Omar Cabezas, ni lo que pensás de la Revolución, del FSLN, de Augusto C. Sandino, o de la insoluble posmodernidad de "ser de izquierda". Y a decir verdad no me importa en lo más mínimo. Bien, pues bueno, a este libro-testimonio-exageración-hipérbole-épica tampoco le importa. Te asume directamente como interesado, y así te habla en el transcurso completo de la narración: no hay ningún espacio a la negociación ideológica, ni a ese canjeo mediático intelectual de la actualidad de gustáme-que-te-voy-a-gustar. Su lenguaje, para un nica, es como el canto de las sirenas que afrontaba Odiseo. Es tu lenguaje. Su puteada es tu puteada. Su meterse-los-dedos-en-los-huecos-de-los-dedos-del-pie-para-después-olérselos es tu meterte los dedos en los huecos de los dedos del pie. Para después olértelos. Es decir, en criollo, el narrador utiliza un lenguaje absolutamente inmediato para identificarse con aquellos que participan de esa inmediatez, o sea, los nicas. No en vano, escondido en una esquina de la primeras páginas de la contraportada, justo antes de la dedicatoria a los muertos, y como epígrafe general algo así como avergonzado, se lee "Perdoncito al pueblo / por la tardanza".

Pero la inmediatez del lenguaje que utiliza Omar en el libro no es sólamente el detalle simplón de "usar el lenguaje coloquial". Esa descripción sería simplona y, más que todo, errada. Erra en los diversos intersticios de esa coloquialidad. Porque más que el contenido local de ese lenguaje [lo que podríamos hallar en un glosario], lo que lo hace enigmático y atrapante [para un nica] es que es inmediato.

Por ejemplo, Adolfo Calero-Orozco, por poner un buen caso de "lo criollo", utiliza un lenguaje coloquial. Omar Cabezas utiliza un lenguaje inmediato. Con el lenguaje de Calero-Orozco te podés sentar alrededor de un fogón de pueblo para escuchar al narrador oral Adolfo Calero-Orozco. Con Canción de amor para los hombres no podés hacer eso. Con el lenguaje de Cabezas te podés sentar en una mesa de bar a beber guaro, y a escuchar a Omar Cabezas, el bebeguaro. Ésta es la diferencia entre los "lenguajes de acá". Podríamos decir, en un sentido técnico, que la inmediatez del discurso de Omar en La canción lo podemos ubicar tanto a nivel semántico como a nivel de morfología y sintaxis, y que estos dos niveles mezclados con la diégesis épica de la Revolución hacen de Canción de amor para los hombres un libro difícil de abandonar.

Así que imagináte: para mí, para ese chavalo de once años que era, leer Canción de amor para los hombres era como beber guaro por primera vez. Lo leí de un tirón en una sola tarde. Y allí estaba todo: el lenguaje, la atmósfera, la hipérbole del borracho, la hazaña del héroe mugriento que planea sobre un país fallado cobijado sólo con su capa de alcohol, de rabia, de embriaguez ideológica, y estaba la mujer rescatada y conquistada que no va a ser otra cosa que el alma de Sandino, la cápsula de esa bala final guardada en una gaveta mientras espera ser abandonada en una tumba a alguien, a un familiar, o a un caído, en fin, alguien que no nos importa más que por el hecho de que está allí, en la tumba, esperando ser el receptáculo moral del héroe que cumplió, más allá de la muerte.

Olvidáte. No me importa para nada qué pensás hoy de Omar o de la Revolución. Este libro es increíble. Este libro a los once años es increíble. Este libro marcó mi verdadera entrada al universo de la literatura. A partir de aquí, ya no soy el mismo. Ya no podés hacer como que no lo leíste, así como una vez que bebés tu primera botella de guaro ya no te podés hacer el barón, el sir, el gentleman, el franchute. Si querés, Canción de amor no te introduce al conocimiento enciclopédico, narratológico, estilístico, de la literatura, como podrían introducirte las obras de Carpentier, Onetti o Borges. O sea, este libro no te enseña a escribir. Lo que me enseñó este libro a los once años es el poder de la literatura para convocarte sobre el imperio de lo inmediato, para establecer que el canon de la escritura  sería más poderoso que el del béisbol, el básquetbol, el ajedrez, o las chavalitas burguesas que uno perseguía en los pasillos enjalbegados del colegio, y que la rivalidad Colegio Centroamérica-Colegio La Salle es una reverendísima imbecilidad. ¿Vos pensás que esto lo podía haber aprendido con Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman? Olvídate. Olvídense. Señores del sistema educativo, olvídense.