martes, 26 de enero de 2016

Un hooligan. Notas sobre "Alrededor de la medianoche", de Roberto Carlos Pérez[1]

El pretexto de este libro es el de una especie de rescate histórico sobre personajes extraordinarios que "pasan inadvertidos" en el gran libro de la historia, los cuales "comprenderíamos que cambiaron para siempre el curso de un país o acaso de la humanidad", si les brindásemos particular atención. En esos términos nos introduce el autor su libro.

Compuesto por ocho relatos,[2] el libro presenta una elaboración muy dispareja donde, con excepción de los dos textos más logrados -que, a mi parecer, son "La torre de Dios" y "El callejón de los tormentos"-, reina un clima de saqueo ideológico, embustes intelectuales y algo de fruslería técnica. El libro es básicamente ejemplar en ello, y posee valor su análisis en tanto observación de cómo están los nuevos escritores nicas moviendo sus fichas en el tablero. Y ya que interrogar la historia tampoco es moco de pavo, vamos a ingresar en sus conventos para escuchar su canto.

Saqueo ideológico

Desde la idealización paralizante de Diría en "El aperreamiento" -donde Diriá es primero secuestrado por un pensamiento curiosamente liberal, y luego obligado titiritescamente a morir en un giro barato muy a lo Braveheart-, pasando por el Darío-carroña de "Alrededor de la medianoche" hasta el aséptico baño estadounidense de "La visita del abuelo", participamos de una burda fetichización del sentido histórico, donde los personajes supuestamente historizados, lejos de ser rescatados por el padrino que viene a salvarlos arrojando luz sobre sus incógnitas existencias, son depredados por el escritor, enredándolos en su crisol ideológico, no se sabe si por torpeza artística o por torpeza política.

Así, de pronto Diriá piensa en términos de "derechos", y se nos dice que una de sus mayores desazones será la de "que no podría contar su historia, la historia de su pueblo", una desazón, si se me permite mi ignorancia, típica de un escritor. En textos como "Francisco el Guerrillero", "Ruinas" y particularmente "Alrededor de la medianoche" asistimos a otro tipo de saqueo ideológico: bajo la bandera del personaje histórico -y un comodísimo name-dropping-, asistimos a hechos que carecen de toda notabilidad, o si la tienen es por su dependencia del hombre en sí, no del ser histórico; el narrador nos propone, como en "Alrededor...", que sigamos a Alfonso Cortés -y su lucidísima locura- por ser Alfonso Cortés, no por ser loco (una locura bastante A-Beautiful-Minded, por cierto).[3] Si el libro no fuese un intento por interrogar la historia, como declara enfáticamente el autor, podríamos comprender estas fruslerías; como sí lo es, tanto por intención como por declaración y factura, debemos concluir que el narrador realmente no ha entendido ni la historia, ni la literatura. 

Embustes intelectuales

Lamentablemente, Pérez es de esos autores que se enardece con la proposición de que la literatura no debe mezclarse con otros cometidos o empresas, como no sean los estrictamente estéticos.[4] Ni la política ni la ideología, elementos pirógenos de por sí, deben invadir y encenagar estos bellos estanques.

Como al pasar, se nos menciona la batalla de la hacienda San Jacinto, "en donde la mala suerte dejó a la guarnición sin municiones, obligándola a defenderse con piedras y palos por varias horas" (qué mala suerte). Se nos deja caer esa pepita de oro, en la cual un niño "para bien o para mal, sería conocido como el general de hombres libres, Augusto César Sandino". Y en "La visita del abuelo" asistimos a la patética presentación de guerras, mutilaciones y conflictos que le ocurren a ellos, a un Ellos que existe como bandos ideológicos externos y que se desenvuelven sin mediación alguna por parte del narrador-protagonista, cuya única cuota de relacionamiento pasa por la anatematización del Servicio Militar Patriótico (SMP) y el lamento por el salvajismo que representa el adoctrinamiento ideológico impuesto por el gobierno revolucionario.

Es como si la historia real de Nicaragua no hubiese pasado más que por la puerta de su casa, y haya solamente entrado en ella tras un par de punteos. Si la conscripción compulsiva no hubiese tocado la bastante patriarcal[5] familia del narrador-protagonista, o si el vil sistema lavador de cerebros no hubiese impuesto Los Carlitos como libro de base en las escuelas a las que el protagonista asistió, básicamente no tendríamos este texto interrogador de la historia.

Ahora bien, ¿dónde está el embuste? ¿Cuál es la estafa?

La estafa de Pérez no está en no ser pro-Sandino o en ser "mal patriota" (lo que sea que eso quiera decir), sino en negar la mera estabilidad, las condiciones básicas que hacen posible que Sandino sea, como realmente lo es, un agente histórico de relevancia capital, esto es, que sea cuestionable.[6] Lo mismo ocurre con el uso del dicho para arremeter contra el SMP: la estafa no es que se ataque el SMP -cosa perfectamente atacable-, sino que se rebaje a la categoría de "dicho" el hecho de que la Contra desestabilizase la revolución con armas provenientes de los Estados Unidos.

Entonces, negar las condiciones básicas, la plataforma sobre la cual un agente histórico ha funcionado como tal no es elevar "inadvertidos personajes extraordinarios" (no existe uno solo en todo el libro), ni tampoco representa una interrogación a la historia (o Historia, si lo prefiere González Blandino, uno de los prologadores), sino su borramiento, su desfalco.

Para matar a los héroes, primero hay que reconocerlos como tales. Partimos de la base de que, le duela a quien le duela, la función del general Augusto C. Sandino como agente histórico, como functor sígnico inclusive, ha sido incontestable (y para ello sólo nos basta atisbar desde cualquier punto de Managua su silueta enhiesta sobre Tiscapa).[7] Y así como no se puede discrepar con alguien sin tener por lo menos algo en común acuerdo, no podemos participar de la supuesta interrogación histórica del libro de Pérez cuando no compartimos el más básico terreno en común; cuando el hecho de que la Contra haya sido financiada por los Estados Unidos es apenas algo parecido a un chisme, algo que apenas valdría como el cotilleo de un peinador de señoras.

¿Torpeza artística o misil teledirigido?

Los logros de un texto como "El callejón de los tormentos" nos sugiere pensar que Pérez posee la destreza artística como para dar más; esto entonces implicaría que sus saqueos ideológicos y sus embustes intelectuales serían un producto de su meditación y su trabajo en taller, si es que hubo alguno.

Por otro lado, la enorme torpeza artística demostrada en un texto como "Francisco el Guerrillero", donde de entrada se nos convida la ya harto abusada triquiñuela borgiana[8] de un texto misterioso en una enciclopedia autoritaria -que luego es mágicamente comprado en algún puesto de una feria perdida de pueblo-; y además concurrimos a una finta de pseudorrealismo mágico (la telepatía, for real?); y vemos aparecer a la Historia por un simple name-dropping (Augusto C. Sandino): todo esto nos lleva a pensar que en realidad estamos frente a nada más que eso: una torpeza artística. No ayudaría a un esteticista el gesto de machacar constantemente la bandera ideológica en un texto que, por otro lado, podía haber sido pasionalmente muy prometedor, como "La casa de la calle Cervantes" o "La visita del abuelo".

Tengo la esperanza de que textos artísticamente relevantes pueden ser producidos por Pérez. No lo serán mientras el autor no abandone la fruslería técnica[9] y la estafa intelectual; y mientras bajo el manto del escritor hipócrita pseudoesteticista continúe blandiendo su apretada agenda política.

No nos molesta el texto político; lo celebramos. Tampoco el texto esteticista nos perturba. Ni nos escandaliza que la cancha esté flechada (en cultura, toda cancha es una flecha): nos molesta el hipócrita y el estafador; la cancha anunciada como neutral, cuando en realidad está llena de hooligans locales.

Ojalá y juguemos.

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[1] Alrededor de la medianoche y otros relatos de vértigo en la historia. Managua, Leteo Ediciones, 2012. Roberto Carlos Pérez (Granada, 1976) es un músico, narrador y ensayista nicaragüense. Estudió la trompeta en la Duke Ellington School of the Performing Arts, y se licenció en música clásica por Howard University, en Washington, D. C., EE.UU. Cursó una maestría en literatura latinoamericana en la Universidad de Maryland. Vive en Estados Unidos desde los once años.

[2] Son: "El aperreamiento", "Francisco el Guerrillero", "Ruinas", "Alrededor de la medianoche", "La torre de Dios", "El callejón de los tormentos", "La casa de la calle Cervantes" y "La visita del abuelo". Lamentablemente, el libro no se puede leer online.

[3] La maniobra diegética del texto "Alrededor de la medianoche" más o menos equivaldría, por su intrascendencia, a que demandáremos atención histórica a nuestra narración sobre un episodio defecatorio de Napoleón. Y, sin contar la típica fetichización del Darío-becerro-de-oro al cual estamos acostumbrados, si miramos el texto desde la trinchera literaria, la narración de la locura aparece bastante fofa, trillada y perpleja de lugares comunes, incapaz así de movilizar ni al más fanático y esquizoide de nuestros vellos.

[4] Que la estética reúna en su nicho pensamientos, tradiciones y funciones que están mucho más allá de sí mismas no es algo atendible para Pérez, supuestamente. Pero ésa es otra historia (no pun intended).

[5] Se nos da cuenta del lamentable suceso en el que "Una vez pasadas las primeras furias justicieras y mientras el mundo entero aplaudía la Cruzada Nacional de Alfabetización, mi padre perdió la fábrica de joyas que tanto trabajo le costó levantar". Aquí la víctima histórica no es la víctima anónima del fascismo somocismo o aquél desconocido masacrado por la Contra, sino un capitalista bonachón que, al parecer, levantó él solo una fábrica de joyas -ese indispensable utensilio humano que llevaríamos a una isla si quedásemos náufragos y que por suerte se produce fabrilmente-. O sea, para ser estrictamente zizekianos: la víctima de Pérez es el sujeto liberalista, no el sujeto.

[6] Hablar de Sandino en términos de "para bien o para mal" equivale, si seguimos con el ejemplo napoleónico, a hablar de Napoleón como "ése que según dice algún señor sería el espíritu del mundo a caballo, o el emperador".

[7] Y habría que recordarle a González Blandino, en alusión a su prólogo, que Sandino no es precisamente uno de esos "vencedores" que escribió la historia a su manipulación y antojo. Qué tan poco vencedor era Sandino puede compararse en Sandino, una biografía política, de Volker Wünderich. Por otro lado: para poder hacer "una revisión de todo", para poder derrocar los héroes de piedra o el agente histórico de turno, hay que estar de acuerdo en que ese agente histórico de turno realmente lo ha sido. ¿"Todos aquellos signos que caracterizan una cultura"?

[8] Si alguien realmente piensa que este truco es un gesto de que se ha entendido bien a Borges, o de que se le "lee ávida e inteligentemente", le sugeriría quizá permanecer en el gentil imperio de la trompeta y la flauta dulce.

[9] Está bien, lo concedo: habría que definir "fruslería técnica".