jueves, 20 de junio de 2013

Canción de amor para los hombres

Este libro nica, que no es libro de ficción, pero que pesa en mi historia como trecenas de miles libros de ficciones Este libro que dice en el cuadradito de la contratapa que es "Literatura Nicaragüense-Testimonio Histórico". Este libro nica que dice la historia [o será la Historia] que no lo quiere querer.

Elijo este primer libro no fortuitamente, sino porque fue el primer libro que leí. Es decir, que de verdad leí. Yo había aprendido a leer entre los cuatro y cinco años, impulsado sobre todo por una sed de libros de ajedrez, juego que había aprendido bien temprano a los cuatro años, y para el que mostraba enormes aptitudes. O sea, que los primeros libros en mi arqueología de la lectura fueron libros de teoría de ajedrez, historia del ajedrez, revistas de problemas, y libros de las vidas de los grandes maestros [en particular, atesoro con excepcional cariño los recuerdos de leer la vida de uno de los más grandes -y mi favorito-, Tigran Petrosian].

Pero hasta los once años, si bien yo no era alérgico a los libros, y en mi casa casi siempre los había, mis lecturas se resumían en las comunes de todo chavalo de clase media: libros de aventuras o ciencia ficción vieja, como Emilio Salgari o Julio Verne, que en realidad eran las sobras babeadas de algún familiar de mayor estatura; libros de esas series de lectura industrial donde vos eras un adolescente que dibujaba y tenías que descubrir el acertijo [con solución al final del libro], o tenías que "hacer tu propia aventura", y donde tenías que elegir por el héroe alguna decisión que te llevaba hasta la página tal, donde te morías calcinado en tu cápsula al aproximarte a Mercurio, o matabas al tipo rudo del libro; libros [libretos] que contaban, resumían, adaptaban o representaban cualquier cosa de los hermanos Grimm; por supuesto, los libros obligados del colegio, como los de Rubén Darío; y el muy ocasional libro "serio" que podía caer en mis manos llevado por algún familiar, o dejado en el sillón, siendo el único que recuerdo uno de Augusto Monterroso, La oveja negra y otras fábulas. O sea, entendámonos: Nicaragua no era que digamos, Revolución y todo, el bastión cultural de América.

Ninguno de estos libros lo había elegido yo, ni los había leído de verdad. Y si te soy franco, los únicos que sospecho como positivos fueron los de ajedrez, porque qué característica positiva podemos esperar de la literatura industrial [corte a Cámara 2 para enfocar a aquellos idiotas que están a punto de argumentar que "por lo menos" sirven para generar el hábito de lectura en el niño] o de los libros leídos obligatoriamente en el colegio: nada, absolutamente nada.

Yo, cuando tenía once años, pintaba para ser un problemático adolescente pedorro, eso es lo que creo ahora, si les soy sincero. Cursaba 6to grado de escuela en el Colegio Centroamérica. En mi casa había un biblioteca importante, que tendría algo así como quinientos libros, o posiblemente más. Sin embargo, yo rara vez me aventuraba en ella.

Una noche nos visitó Omar Cabezas, y trajo un libro negro, gordo, un ladrillo gigante para un chavalo de escuela. Omar se tomó unos tragos, se montó en su Jeep Cherokee plateado, y desapareció. Y el libro quedó allí, boludeando entre sombras, hinchándose con la humedad de Carretera Sur.

Canción de amor para los hombres. Lo escribió Omar Cabezas, lo publicó en 1988, y es la continuación de La montaña es algo más que una inmensa estepa verde, libros estos dos que, en su conjunto, detallan en un lenguaje muy peculiar la experiencia de Omar Cabezas con el FSLN y que abarca, en una línea temporal histórica, desde el momento en que Omar es reclutado en 1968 por el FSLN hasta el triunfo de la Revolución, más un breve episodio de 1984, con el que Cabezas cierra la narración de esta épica.

Me aventuré en la biblioteca familiar, con la curiosidad de ver ese ladrillo negro. A diferencia de la mayoría de los nicas -supongo-, primero leí este libro, antes que La montaña..., que es el más conocido de Cabezas por ser el que ganó el Premio Casa de las Américas en 1982, y ayudado quizá -aventuro una hipótesis- porque en 1982 la Revolución todavía era el juguete nuevo en el mundo de la Guerra Fría, y el discurso de Omar en La montaña... era auténtico y hasta juvenil, épico, quijotesco; en cambio, en 1988, ya la Revolución no era "nueva", ni prometedora, y en el contexto internacional podríamos decir que la Revolución "ya estaba usada", y a eso sumamos, entre otras cosas más, que el discurso de Omar ya no era una novedad.

Me hice con el libro, lo examiné, y recuerdo que inicialmente dos cosas me llamaron la atención: al comienzo del libro traía un mapa de Nicaragua donde, entre otras cosas curiosas, podés ver el original departamento de Zelaya [hoy RAAN y RAAS]; y al final traía un "Glosario de términos y expresiones", donde te dice todo lo que vos, como chavalo de once años, ya sabés, o sea, que chunche es chunche y que idiay es idiay.

El libro que tengo yo -ese mismo ladrillo negro- fue editado por la Editorial Nueva Nicaragua; está dividido en 64 capítulos [escritos, según nos enteramos al final, "cuatro capítulos de 1982 a 1987, y sesenta capítulos del 5 de enero al 5 de febrero de 1988, en Xiloá] que suman 573 páginas; cada capítulo está precedido por un extracto o fragmento significativo que sirve a las funciones de epígrafe, así, el primer capítulo tiene este epígrafe:
Yo tengo como quince o dieciséis años cuando de repente apareció Sandino, muy de mañana, en pleno sol, pintado en la pared frente a mi casa: VIVA SANDINO.

Yo no sé lo que vos pensás de Omar Cabezas, ni lo que pensás de la Revolución, del FSLN, de Augusto C. Sandino, o de la insoluble posmodernidad de "ser de izquierda". Y a decir verdad no me importa en lo más mínimo. Bien, pues bueno, a este libro-testimonio-exageración-hipérbole-épica tampoco le importa. Te asume directamente como interesado, y así te habla en el transcurso completo de la narración: no hay ningún espacio a la negociación ideológica, ni a ese canjeo mediático intelectual de la actualidad de gustáme-que-te-voy-a-gustar. Su lenguaje, para un nica, es como el canto de las sirenas que afrontaba Odiseo. Es tu lenguaje. Su puteada es tu puteada. Su meterse-los-dedos-en-los-huecos-de-los-dedos-del-pie-para-después-olérselos es tu meterte los dedos en los huecos de los dedos del pie. Para después olértelos. Es decir, en criollo, el narrador utiliza un lenguaje absolutamente inmediato para identificarse con aquellos que participan de esa inmediatez, o sea, los nicas. No en vano, escondido en una esquina de la primeras páginas de la contraportada, justo antes de la dedicatoria a los muertos, y como epígrafe general algo así como avergonzado, se lee "Perdoncito al pueblo / por la tardanza".

Pero la inmediatez del lenguaje que utiliza Omar en el libro no es sólamente el detalle simplón de "usar el lenguaje coloquial". Esa descripción sería simplona y, más que todo, errada. Erra en los diversos intersticios de esa coloquialidad. Porque más que el contenido local de ese lenguaje [lo que podríamos hallar en un glosario], lo que lo hace enigmático y atrapante [para un nica] es que es inmediato.

Por ejemplo, Adolfo Calero-Orozco, por poner un buen caso de "lo criollo", utiliza un lenguaje coloquial. Omar Cabezas utiliza un lenguaje inmediato. Con el lenguaje de Calero-Orozco te podés sentar alrededor de un fogón de pueblo para escuchar al narrador oral Adolfo Calero-Orozco. Con Canción de amor para los hombres no podés hacer eso. Con el lenguaje de Cabezas te podés sentar en una mesa de bar a beber guaro, y a escuchar a Omar Cabezas, el bebeguaro. Ésta es la diferencia entre los "lenguajes de acá". Podríamos decir, en un sentido técnico, que la inmediatez del discurso de Omar en La canción lo podemos ubicar tanto a nivel semántico como a nivel de morfología y sintaxis, y que estos dos niveles mezclados con la diégesis épica de la Revolución hacen de Canción de amor para los hombres un libro difícil de abandonar.

Así que imagináte: para mí, para ese chavalo de once años que era, leer Canción de amor para los hombres era como beber guaro por primera vez. Lo leí de un tirón en una sola tarde. Y allí estaba todo: el lenguaje, la atmósfera, la hipérbole del borracho, la hazaña del héroe mugriento que planea sobre un país fallado cobijado sólo con su capa de alcohol, de rabia, de embriaguez ideológica, y estaba la mujer rescatada y conquistada que no va a ser otra cosa que el alma de Sandino, la cápsula de esa bala final guardada en una gaveta mientras espera ser abandonada en una tumba a alguien, a un familiar, o a un caído, en fin, alguien que no nos importa más que por el hecho de que está allí, en la tumba, esperando ser el receptáculo moral del héroe que cumplió, más allá de la muerte.

Olvidáte. No me importa para nada qué pensás hoy de Omar o de la Revolución. Este libro es increíble. Este libro a los once años es increíble. Este libro marcó mi verdadera entrada al universo de la literatura. A partir de aquí, ya no soy el mismo. Ya no podés hacer como que no lo leíste, así como una vez que bebés tu primera botella de guaro ya no te podés hacer el barón, el sir, el gentleman, el franchute. Si querés, Canción de amor no te introduce al conocimiento enciclopédico, narratológico, estilístico, de la literatura, como podrían introducirte las obras de Carpentier, Onetti o Borges. O sea, este libro no te enseña a escribir. Lo que me enseñó este libro a los once años es el poder de la literatura para convocarte sobre el imperio de lo inmediato, para establecer que el canon de la escritura  sería más poderoso que el del béisbol, el básquetbol, el ajedrez, o las chavalitas burguesas que uno perseguía en los pasillos enjalbegados del colegio, y que la rivalidad Colegio Centroamérica-Colegio La Salle es una reverendísima imbecilidad. ¿Vos pensás que esto lo podía haber aprendido con Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman? Olvídate. Olvídense. Señores del sistema educativo, olvídense.